Una vez que se supo invitada al festejo le avisó a sus padres de su deseo de no asistir a la misa, dijo que ellos podrían adelantarse y que ella caminaría más tarde a la fiesta. Tenía 16 años, comenzaba a vivir cierta libertad en las decisiones que tomaba y en su casa las respetaban. El día de la boda, cuando sus padres se retiraron a la misa unos minutos antes de las doce del día, seguía recostada en su habitación, ya había despertado unas horas antes pero no le plació salir de allí. Se levantó y salió cuando supo que la casa se quedó sola.
Tiempo más tarde cruzó el patio para ducharse en el cuarto de baño que se encontraba en la parte trasera de la casa, pensó que allá estaría más libre, más relajada. Le deleitaba el hecho de mojar su cuerpo, de desnudarse y saberse sola en aquel lugar. Se quitó la bata que llevaba puesta y puso sus brazos en su pecho cuando el agua aún no se calentaba, una vez que salió caliente, cerró sus ojos y mojó primeramente su rostro. A libertad, así le supo el agua aquella tarde. Se dirigía a una boda de una hija de un señor rico, dueño de muchas parcelas en el pueblo; tomó el jabón y lo pasó por su pecho, lo pasó por su abdomen hasta que llegó a su pubis; el agua estaba tibia, la temperatura era más que perfecta. De la ventana del cuarto de baño llegaban los ruidos del patio, los pájaros, las plantas y el viento.
Cruzó el patio corriendo, nadie supo porqué si la casa estaba sola y nadie le apresuraba, digamos que fue algo muy femenino.
Cuando llegó a su habitación terminó de secar su cabello y abrió el ropero para mirarse en el espejo que colgaba de su puerta. Sacó el vestido morado que había decidido llevar puesto, fingió que lo llevaba puesto al ponérselo enfrente de su cuerpo, portándolo con su mano. Se quitó la toalla. Se paseó desnuda por la habitación, su cabello mojado aún olía a su enjuague recién utilizado. Se vistió y se maquilló.
Hizo un buen día, al salir de la casa y al percatarse de que lo era, pensó en que la novia estaría agradecida con Dios por haberle permitido casarse en un día así. Se supo guapa con el vestido púrpura, decidió ir a paso lento, para que así penetrase el viento de aquel bonito día en su cuerpo y en su rostro. Cuando cruzó la plaza para ir hasta la casa en la que se celebraría el festejo de la boda más de uno se le quedó mirando, ella era consciente de lo que irradiaba. Tomó otro camino que la desviaría un poco, quería continuar caminando por el pueblo, se sentía bien consigo misma, se sentía atractiva y todo era muy sexual.
Cuando llegó al festejo todo mundo la notó entrar desde el portal, advirtió cuando la madre de la novia, conocida por sus “argüendes” en el pueblo, chismorreó un poco de ella mientras cruzaba para saludar a los novios, todos la miraban, aquel paso lento superaba lo admirable.
Dicen que otro muy rico que también posee unas parcelas pero allá para Jalisco ya la pidió y se van a casar en noviembre. Ella sigue estando muy guapa y a la gente le sigue gustando verla pasear por la plaza.